Por Oscar Alvarez de la Cuadra
Hace un mes aproximadamente regresé de un viaje de 15 días al
Japón, a instancias de mi hermano menor, quien desde hace muchos anhelaba
ardientemente vivir la experiencia que yo había tenido hace 23 años, como ex
becario de la Japan Internacional Cooperation Agency. Regresé ya no como
estudiante, sino como un desenfadado turista. El reforzamiento de lo que viví
dentro de mi programa de Control de la Calidad e Ingeniería industrial de aquel
entonces, saltaron a la vista. Desde que
puse el pie en el aeropuerto de Narita, totalmente renovado y con procesos de
ingreso migratorio y aduanal eficientados - de hecho quedamos sorprendidos de
la amabilidad de los oficiales y el tiempo que tomó desde que salimos del avión
hasta estar fuera de la terminal- inclusive los cambios
propiamente en el trayecto hacia Tokio y de la propia ciudad.
Después de una estancia absolutamente maravillosa, podría
destacar como primer aspecto, indudablemente la consideración y respeto por los
demás. Los japoneses son una cultura con un alto nivel de civismo, inculcado
desde en las aulas a muy temprana edad a sus educandos, donde la educación enraiza
firmemente sus valores cívicos. Los
frutos de esos hábitos adquiridos desde niños, los transforma en ciudadanos que
además de los valores de la honestidad, integridad, lealtad y trabajo en equipo, aprecian la consideración por los otros.
Un ejemplo es la atenta pero firme advertencia de poner los teléfonos celulares en modo silencioso al
viajar en el famoso tren bala o Shinkansen o en cualquier situación que
implique invadir la tranquilidad de otros.
En los 15 días de estancia nunca escuchamos un solo claxon de algún
vehículo. El tono de voz de muchas personas es suave y cortés al hablar y es
raro escuchar, a menos que sean turistas extranjeros, a alguien que hable en
voz alta en sitios concurridos como restaurantes por ejemplo.
En las escaleras eléctricas tanto de estaciones del metro,
como de tiendas departamentales, rigurosamente la gente que no avanza se posiciona
en la izquierda, en una fila perfecta, para dar
paso a quienes desean avanzar más rápido por la derecha. Observamos también
en algunos restaurantes, donde se colocan cestos al lado de las mesas, para que
el comensal deje sus bultos en ellos, en vez de bloquear pasillos, a los cuales
el mesero llega y cubre con un lienzo. Y
qué decir de las lluvias. A la entrada de edificios o tiendas departamentales,
se cuenta con dispensadores de bolsas plásticas para cubrir los paraguas y
evitar que mojen los pisos. Las bolsas después se dejan en un cesto para seguramente
después ser recicladas.
Un segundo aspecto: la mística de servicio está embebida culturalmente
en la sociedad japonesa. El sintoísmo, domina a la mayoría de los japoneses y a
diferencia de las religiones occidentales, se ofrece en vez de pedir a Dios.
Japón es el
único país que yo conozco en donde no se
acostumbra dejar propina. Se refuerza el servicio por el puro gusto de servir y
no la búsqueda por interés o necesidad de una gratificación adicional. Baste el
siguiente ejemplo. Visitamos un hermoso y poco conocido templo budista, ubicado
en la prefectura de Hyogo, a unos 150 km
de la ciudad de Kyoto. En el lugar, el personal del templo se aprestaba a
procurarnos a mi hermano a mí, a tener listas las sombrillas para protegernos
del sol, de contar con estaciones donde en nuestro recorrido nos deteníamos y
nos ofrecían agua, té verde o bebidas isotónicas para elegir e hidratarnos.
Nuestro chofer se ofreció a filmar el encuentro para que pudiéramos aparecer ambos
en el video de recuerdo. Todo ello culminó con la experiencia inolvidable perpetuada en un DVD donde el fotógrafo del
sitio nos había incluido los archivos digitales con las fotografías
conmemorativas.
A la llegada a Kyoto, preocupado por que el DVD pudiera romperse
o dañarse, tuve la idea de preguntar en recepción si había alguna tienda donde
poder comprar un flash drive o DVD para contar con un respaldo. El
recepcionista me pidió el DVD y me dijo que en un momento lo investigaba. A los 15
minutos, subió al cuarto y el mismo empleado me ofreció un flash drive con la información
respaldada y de lo cual el hotel no hizo cargo alguno. ¿Sorprender al cliente? Indudablemente.
Los detractores o escépticos quizá pudieran justificar que la
acción anterior era de esperarse en un
hotel que ostenta el premio Malcolm Baldrige, que es la máxima presea de
calidad que otorga el Gobierno de Estados Unidos. Pero quisiera cerrar esta
contribución, con otra experiencia, muy emblemática que refleja el espíritu del
pueblo japonés. El día de nuestra llegada a Kyoto, pedimos comer en un restaurante
tradicional que ofreciera sukiyaki, un
platillo muy popular. El hotel nos había advertido que el local estaba en
una calle peatonal y que el taxista sólo nos podía dejar al comienzo de la
misma. Cuando al fin descendimos del taxi y frente a la calle
peatonal, estaba abrumado, aun y con mi elemental conocimiento del kana y
algunos kanji, los caracteres usados para escribir el japonés. En mi muy básico
conocimiento del idioma. detuve a un transeúnte al azar y le pedi si nos podía orientar
sobre el restaurante. Contábamos con una hoja de reservación con los datos del sitio en japonés. El hombre
revisó la hoja, sacó su celular y para
nuestro asombro habló al restaurante. De inmediato notamos que el lugar estaba
muy cerca, colgó la llamada y nos llevó directo a la puerta del lugar. Atónitos
y en agradecimiento que le prodigaba en mi japonés,
el hombre se limitó a sonreír y hacerme una
reverencia u ojigi, para después
alejarse entre la muchedumbre.
En el budismo uno de los principios básicos de su creencia es
el servir a otros, término que no por coincidencia describa el significado de
la palabra samurai . Su mismo código de
honor, el Bushido, engloba los valores
de integridad, coraje, benevolencia, amabilidad, sinceridad, honor, lealtad y autocontrol, lineamientos culturales que han
trascendido y sobrevivido a la prueba del tiempo y se han amalgamado en el
mismo DNA de los japoneses, una cultura que no importa cuántas veces reviva ya
sea en su país, sus productos, su comida, su gente o en sus empresas, sigue
asombrando y enseñando al mundo.